jueves, 17 de julio de 2008

Scion la Heredera: 1 - Scion y el Balcón

La brisa acarició sus pies descalzos mientras los balanceaba fuera de la orilla del balcón de aquel enorme y oscuro castillo. Sentada en actitud casi suicida, mirando hacia el horizonte con la mirada en fuga, una hermosa joven de largos cabellos negros, ojos profundamente azules y piel tan blanca como la luna movía sus pies hacia atrás y hacia delante, juguetona, atrevida, hacia atrás y hacia delante, insistente, incontenible, hacia atrás y hacia delante, casi autista. Sus labios apenas balbuceaban una canción antigua que alguna vez oyó sonar en las ráfagas que arrastraba el viento desde distantes ciudades. Al tratarse de una canción que evidentemente venía de una larga tradición, le hubiera gustado oírla de otras personas, haberla aprendido en el corazón de una de esas familias que heredan sus historias de padres a hijos, de madres a hijas, de un amante a otro. Pero eso era imposible para ella. ¿Verdad, Scion? Al percibir su nombre, ella ladeó su rostro esperando encontrar a alguien que acompañara esta voz. No vio nada; pero ya estaba acostumbrada. Siempre oía voces que provenían de ningún lado, del aire bajo el suelo, de la tierra en los aires, a veces les prestaba atención, a veces no. "Espíritus," ella pensaba, y seguía en su eterno e inhumano existir.

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En un deseo por absorber todo a su alrededor, respiró hondo y extendió sus brazos. Deseaba ser parte de ese aire que la rodeaba e impregnarse de su vitalidad, de su poder para viajar, de su independencia. Ondeando sus brazos, los movió con la melodía que sus labios seguían entonando, ya sin nada que la sostuviera a aquel balcón que amenazaba con lanzarla hacia el vacío y la oscuridad absoluta de aquellas tierras de la noche eterna, donde nunca brillaba el sol. "¿Nunca?" Para quién no conoce la luz, es muy difícil comprender que toda su vida había vivido en las sombras. Toda su vida, toda su corta vida. A alguien que nunca ha conocido la felicidad, es imposible explicarle que existe algo más que la monotonía. ¿No te parece, Scion? La hermosa joven levantó una vez más la vista y al no encontrar nada, dejó escapar una leve sonrisa con un suave dejo de ironía. "Me llamas Scion. Scion. Esa es la única ironía." En la Lengua Antigua, Scion significaba "Heredera", "Aspirante al Trono", "Hija del Amor." Sí, Scion tenía razón, esa era la verdadera ironía porque no había nada que ella pudiera heredar. No cuando no era hija de padre ni de madre, sino del suspiro de un dios eterno y caprichoso que la había creado en un fallido intento de librarse del aburrimiento. Sí, el sentido irónico de su nombre no se le había escapado. Su creador, el Dios de las Rocas que Caen; dueño absoluto de aquellas tierras devastadas donde la vida era una memoria tan lejana que ni siquiera las piedras la recordaban; Meteoro, lo más parecido a un padre que ella jamás tendría; su Dios, su creador, su padre, él podría tener muchos significados para ella; pero para él, Scion había sido el juguete del día de ayer y la novedad ya había pasado.

Con estos pensamientos dando vueltas en la mente de esta muñeca con aspiraciones humanas, Scion se levantó e inclinó la cabeza ligeramente sobre el vacío. ¿Te vas a lanzar, Scion? "Tal vez," respondió con una paz tan profunda que invitaba a abrazarla. Si apagas tu vida ahora, tu existencia habrá sido inútil. No habrás tocado el alma de ningún ser viviente, no sentirás compasión por un amigo en desgracia, no verás las lágrimas de un hombre que te ame tanto que no pueda dejar de llorar, no podrás ver hacia el horizonte y sonreírle al sol pensando que todos tus sacrificios valieron la pena. Tu vida habrá sido tan corta que nadie te recordará cuando mueras.

Sí, su vida había sido tan corta. Se podía medir en días y semanas, pero definitivamente no en meses. Su infancia había sido robada porque había sido creada como una joven mujer, no como una niña. Nunca jugó entre las piedras y se raspó al ir detrás de un insecto. Nunca fue objeto de una celebración al decir su primera palabra. Nunca fue sostenida entre los tiernos brazos de un adulto hasta que se durmiera. Para Meteoro, su dios creador, ella era un juguete con pensamiento propio que deambulaba por los fríos rincones de su castillo, buscando una razón de ser y cuestionándose poco, porque para preguntar hay que tener vivencias y ella no las tenía. "No, no he vivido." Y si te lanzas, nunca sabrás lo que la vida podría haber significado para ti. Podrías ser dichosa o podrías ser infeliz. Todo depende de ti. Esta vez Scion no respondió, solo miró hacia el precipicio delante suyo, sin miedo, sin una expresión en el rostro, solo un leve pestañear que parecía ser el último vestigio de vida que poblaba aquel cuerpo tan joven. "¿Dichosa o infeliz?" Como si le hablaran de colores a un ciego, Scion se detuvo un momento a pensar qué podrían significar esas ideas para ella. Sin ninguna experiencia que le sirviera de guía, simplemente no sabía cómo se podrían sentir. "¿Dichosa o infeliz? No sé…" Sí lo sabes. Has sido profundamente infeliz y por eso estás al borde de este precipicio pensando en lanzarte. Scion cerró sus ojos brevemente, dejándose envolver por la brisa fría de aquellas tierras muertas, y cuando los abrió, su mirada azul estaba ligeramente nublada con lluvia que parecía florecer desde su interior. "Sí, es cierto, soy infeliz en esta soledad y oscuridad que todo lo envuelve, en este castillo de piedra donde nada brilla, atrapada en la compañía de un dios tan altivo que ya olvidó mi existencia." ¿Y qué piensas hacer? "Todavía puedo saltar." Es cierto. "También podría seguir viviendo así." Sí. "O podría cambiar…" Antes que su rostro se humedeciera, Scion llevó las largas mangas de seda a su rostro y limpió sus ojos de las primeras lágrimas que habían brotado de sus ojos. Cómo un recién nacido, el llanto había sido la señal de su verdadero nacimiento. Ahora solo le quedaba seguir viviendo.

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