"Tac, tac, tac, tac." Los pasos de Scion hacían eco en los vacíos pasillos de aquel inmenso y oscuro monumento al ego de un dios infame. Sin sirvientes que rondaran el lugar, sin niños jugando y rompiendo reliquias, sin mascotas que al menos te miraran a los ojos para que les dieras de comer, sin nada que te hiciera compañía, sin nada alrededor, ese lugar era una inmensa nada en la que Scion había sentido que no podía avanzar. Los pasillos eran caprichosos, tal como el dios que los creó, y como si tuvieran vida propia cambiaban su forma cuando nadie los veía, creando rutas sin salida, formas imposible que desafiaban a la realidad y la gravedad, y se reducían a espacios que solo podían ser transitados por insectos… eso si existiese ese tipo de vida en aquel lugar donde solo se respiraba muerte. El castillo tenía innumerables años en su haber, y si hubiera desarrollado algún tipo de personalidad, sería la de un hombre profundamente arrogante que se resiste a servirle a otros, a menos que se tratara de Meteoro, su creador, por supuesto. En cierta forma, se podría decir que Scion y el castillo eran hijos de un mismo ser, pero ninguno de los dos admitiría que compartían un vínculo filial, menos aquel montón de rocas silenciosas que no le daban la bienvenida a nadie. Sería mentira si dijera que Scion y el castillo habían compartido palabra alguna, aún cuando habían estado juntos desde el nacimiento de esta niña sin madre. Dentro de su concepción de realidad, Scion no se imaginaba la verdadera naturaleza del castillo; y el castillo había optado por ignorarla, tomándola solo como un capricho temporal de su creador, un antojo pasajero que estaba por expirar. "Shhhh!", dijo Scion colocando su dedo índice frente a su boca como tratando de hacerme callar. "Me distraes con ideas sin sentido y necesito concentrarme para encontrar el camino correcto." Con su poco tiempo de vida, Scion estaba aprendiendo a ignorar ideas que le podrían ser de tanta ayuda. Esa era parte de la magia de la juventud, que era lo único que tenía.
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Lo cierto era que Scion recorría los pasillos en busca de Meteoro sin tener muy claro la ruta que debía seguir, pero con una idea fija en su mente. Debía hablar con él para definir su futuro. Había abrazado la idea de reinventarse y necesitaba llevar sus pensamientos a la acción, pero esos pasillos… esos pasillos interminables no ayudaban. Se detuvo frente a un gran precipicio que parecía no tener fin, sin ninguna desviación que le indicara por donde debía continuar. Se detuvo por un momento y miró hacia atrás; tendría que devolverse. "Este es un laberinto." Sí, lo es, pequeña. Scion suspiró. Las palabras de sus alucinaciones le servían de muy poco. Ella debía encontrar la habitación del trono y ¿cómo iba a llegar hasta allá cuando el camino seguía cambiando? Frustrada, dio media vuelta y siguió caminando en dirección contraria. Tarde o temprano debía encontrar la dirección correcta. Sumida en sus pensamientos, no se percató que una roca se elevó ligeramente a su paso y la hizo tropezar. Scion calló y se lastimó una rodilla, sintiendo por primera vez dolor físico. "¿Qué es esto?" Pasó su mano por la herida y vio gotas de un rojo profundo mojar sus manos. Es sangre, Scion, ya deberías conocerla, es el néctar de la vida. "Es viscosa…" La olió y la probó con una curiosidad definitivamente infantil y luego volvió a tocar su herida. "Duele." Molesta, vio la roca que se había levantado en el suelo, que volvía a colocarse al ras de las otras baldosas. "Fue a propósito. Este horrible castillo quiere hacerme daño." Tal vez, tal vez no. Todo es posible en estas tierras desprovistas de vida. Scion apretó la mandíbula con indignación; mis comentarios parecían enervarla a ratos, sobre todo en aquellos momentos que mis ideas eran demasiado ruidosas para ignorarlas.
"¡Déjame!," finalmente gritó mientras corría por el pasillo tratando de alejarse de mis divagaciones. No le tomaría demasiado tiempo para darse cuenta que no me lograría perder. Agotada, y aún sin encontrar el camino correcto hacia el trono de su creador, se dejó caer. La frustración creaba líneas y sombras sobre ese rostro que nunca había brillado con luz propia. Rendida, se tiró boca abajo sobre el piso, sin saber qué hacer. Posó su rostro sobre las frías baldosas y cerró los ojos. Tal vez una siesta le daría claridad a su mente, tal vez tendría una revelación entre sueños. Pero qué difícil era poder relajarse cuando las piedras bajo su rostro no dejaban de moverse… "¿El suelo se mueve?" Scion abrió sus enormes ojos azules y vio cómo las piedras bajo ella se estremecían ante su contacto. Precisamente donde estaba su mejilla, las baldosas temblaban, tímidas, nerviosas. Scion se retiró y el piso quedó inmóvil, colocó sus manos sobre la piedra y esta se volvió a estremecer. Se acercó a una de las paredes y posó su rostro contra la piedra, que envió nuevas vibraciones por todo el lugar. "¿Qué sucede? ¿Me oyes?" En esta ocasión, las palabras de Scion estuvieron dirigidas a las paredes y al piso, hablándole al castillo como si este fuera una persona; y como reacción, una agradable sensación de calor brotó de la piedra. Scion se sorprendió, hubiera jurado que incluso el color oscuro que la rodeaba había subido un tono hacia la claridad. Con un gesto delicado acarició una roca en la pared y sintió una textura totalmente diferente, suave, aterciopelada. "Nunca habías sentido la piel de una persona, ¿verdad?" Una brisa fresca y fragante la envolvió como respuesta. "¿Hace cuánto te crearon? ¿Te sientes solo?" La temperatura alrededor de Scion bajó y las paredes se humedecieron con una capa de rocío casi imperceptible. "Yo también me siento sola. Aunque nunca he sabido lo que es tener a alguien por compañía, pero he escuchado canciones… y sus letras son maravillosas…" Un aroma frutal inundó el lugar. "¿Te gustaría que trajera muchas personas para que te conocieran?" Pequeños granos de sal brillaron a lo largo de un nuevo pasillo que se conformaba ante sus ojos. En esta ocasión, sin trampas, sin oscuridad, en línea recta apuntando hacia una puerta que estaba marcada con el escudo de armas de Meteoro. "¡Gracias!" Scion sonrió, el castillo se había apiadado de ella. "Estoy en deuda contigo y vas a ver lo agradecida que puedo ser."