jueves, 31 de julio de 2008

Transportados (Escena 3): El café se derramó

Alexa corrió hacia su auto esquivando los disturbios que se habían formado en la ciudad mientras compraba el café para el Dr. Palmer. Podía escuchar los gritos de alguna gente quejándose y pidiendo el perdón de Dios, otros maldiciendo entre llantos… Ya no le sorprendía ver a algunos destrozando las tiendas para robar comida. La seguridad parecía insuficiente ante tanta locura que se había desatado. Afortunadamente podía moverse un poco más rápido que ellos…

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¿Quién diablos dejó salir la noticia? -se preguntó. Se suponía que debíamos evitar ésto a toda costa…
Apenas tuvo tiempo de cerrar la ventanilla del auto cuando algo viscoso se estrelló contra el vidrio.
-¡Desgraciados!
Arrancó, pasó por encima de un poco de basura, dobló en la esquina y se dirigió al Instituto.
Ya tranquila, sacó la llave de la guantera y la insertó en el estéreo. Play. Tarareó un poco y luego cantó el coro de la canción que no por casualidad había sonado de primera entrada:

Oh no, not me
I never lost control
You’re face to face
With the man who sold the world


En medio de tanta carrera y debido al tremendo susto que había sentido en la calle, no se percató que el café de Erick se había derramado sobre el asiento, pero curiosamente no había sido absorbido por la tela si no que flotaba a escasos milímetros de ella, y habían comenzado a separarse la leche, el café y el azúcar, acusadoramente, como una muestra más de que ya no había remedio para esta locura que estaba sucediendo…

En el Instituto todo estaba muy silencioso. Caminó hacia el laboratorio con la bolsa de galletas y el vaso de capuccino a medio llenar, bajó las escaleras y como no le quedaban manos libres decidió llamar a la puerta con la punta del zapato. Fue entonces cuando notó el delicado resplandor púrpura que salía por debajo de la puerta. El Dr. Palmer abrió con una gran sonrisa y envuelto en esa extraña luz…

-¿Qué es ese olor tan raro, Erick?
-Es el aroma del vacío. -dijo Palmer, como si declamara un poema romántico.

Apartándose de la entrada dejo ver lo que estaba al fondo produciendo esa luz, ese olor…
Alexa no se pudo contener y comenzó a llorar. Erick tomó la bolsa de galletas y el vaso, las dejó sobre una mesa y la abrazó.

-¡Esto es sencillamente abrumador, Erick!. Nunca imaginé que pudiera llegar a ser tan hermoso.
-Alexa. Lo que vas a ver ahora nadie, absolutamente nadie lo debe saber. Ya hemos hecho demasiado daño y esto debe ser un secreto entre vos y yo…

Erick le mostró una pantalla que tenía minimizada en el computador y Alexa movió la cabeza como tratando de ordenarse la ideas.

-…¡pero Erick! El Codex…
-Olvídate de ellos, Alexa. Sólo olvídate de ellos y prométeme que esto nunca se va a saber, ni aquí ni allá. Nunca.

Transportados (Escena 2): Se acaba el mundo, ¿qué vas a hacer?

Sentado frente a su televisor, Jonás miraba a la pantalla sin pestañear. ¿Cuánto hacía que se había dado la gran noticia del fin del mundo? ¿Dos días? ¿Una semana? ¿Un mes? Daba lo mismo porque el caos se había apoderado de la ciudad. Robos, vandalismo, suicidios. Los cielos apenas empezaban a tomar un color violáceo y los vientos habían incrementado ligeramente; como si estuviéramos observando un atardecer perpetuo que invita a la tranquilidad y no a la autoaniquilación que se vivía en las calles. Las noticias no podían ser más dramáticas, la programación regular estaba interrumpida y los pocos canales que aún transmitían se habían enfocado en el Apocalipsis y el misterio de los Elegidos. Aquellos pocos hombres y mujeres que habían sido escogidos para salvarse y cuyas identidades se habían mantenido en secreto. ¿Cómo iban a sobrevivir? Nadie sabía. Después de todo el mundo se iba a acabar y no tendrían un lugar para vivir. “Desgraciados,” dijo Jonás con el aire entrecortado y una rabia que tenía su mandíbula trabada. Una ráfaga de balas pegó contra la pared externa de su casa, forzando a Jonás a lanzarse al suelo en caso que alguna bala perdida le volara los sesos. Si al menos le pegaran al televisor, tendría una preocupación menos, pero la suerte no estaba de su lado y no iba a encontrar un minuto de calma. No cuando ya había iniciado la cuenta regresiva para el final de sus días.


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Caminando a gatas por el piso de su apartamento, se dirigió a la cocina y agarró el cuchillo más grande que encontró. No iba a perder su vida sentado frente al televisor como un vegetal, se iba a llevar consigo a esas bestias que estaban afuera amenazando con robar su cordura, y si lo mataban, mucho mejor, así no tendría que seguir con esa absurda espera. Daba lo mismo terminar de una vez, era evidente que las cosas no iban a mejorar, así que mejor darle prisa a ese último aliento.

Estaba a punto de dejar su apartamento cuando sonó su celular. “Hubiera jurado que esta mierda ya estaba muerta.” Leyó el nombre en la pantalla. Era Adrián, su hermano.

—¿Qué quieres? —preguntó Jonás cortante.
—¿Jonás? Casi no te oigo.
—Estoy ocupado, dime ¿qué quieres?
—Jonás, no lo vas a creer. Soy uno de los Elegidos. ¡Me van a salvar!

Transportados (Escena 1): El Gran Vacío

El Dr. Palmer levantó sus anteojos y restregó un poco sus ojos cansados, para poder leer la alerta que desplegaba la pantalla del computador: finalmente la versión 7.0 de Metatrón había terminado su larga tarea de instalación y el Gran Vacío se había generado con éxtito. Después de diez meses de arduo trabajo, Metatrón había pasado por varias modificaciones y gracias a los avances en la intervención de programas de Código abierto y a las intervenciones del Comité del Éxodo (CODEX, como se hacían llamar entre ellos) la experiencia era un éxito. La única diferencia entre las versiones anteriores y ésta era el nivel de vibración del sonido. Un sencillo ajuste y todo fue perfecto: ahora podían comenzar a enviar los mapas sonoros que darían paso a la nueva materialidad y comenzar a dar forma al Gran Vacío.
Todos los archivos estaban perfectamente ordenados y clasificados por categorías y era él, Erick Palmer Marai, quien había sido designado para iniciar el proceso de establecimiento del material recopilado.


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-Alexa. ¿Puedes venir de inmadiato? Metatrón finalizó el proceso… tienes que ver esto, ¡es maravilloso! Avísale al resto del Codex y ven enseguida, quiero que seas la primera en disfrutar de este espectáculo.
-¡De inmediato doctor! Voy para allá y de camino envío la convocatoria…
-De paso… ¿podrías traerme un capuccino y unas galletas de avena? El de siemre, ya sabes…
-¡Erick! ¿Estás a punto de cambiar al mundo y piensas en café y galletas? ¡Eres como un niño!
-No soy un niño, sólo tengo hambre y estoy cansado… Además, aquí ya no queda nadie que pueda servirme ni un vaso con agua… ¿Me harías el favor o no?
-Sí, si… ya voy para allá…
-Date prisa, tenemos poco tiempo para contener el vacío…

La cola para el café no era muy larga pero la gente ya había comenzado a moverse un poco lento, como aletargados. Alexa aprovechó el retraso para mirar un rato al cielo, que ahora mostraba un extraño color violeta y era surcado constantemente por pequeñas ondas como las que se forman en un lago en calma al caer algún objeto que lo perturbe…
Allá va el tiempo, pensó Alexa con su cabeza echada hacia un lado. Sólo Dios sabe cómo vamos a salir de todo esto.

Gracias a los trajes que usaban para contener la presión que ejercía la compresión del universo, los miembros del Codex podían continuar con sus labores cotidianas a un ritmo normal. Era una especie de castigo mirar al mundo acabarse en cámara lenta. Era una locura tratar de salvar aunque fuera un poco de todo esto, pero había que intentarlo.

Transportados: Prólogo

El universo, tal y como lo conocemos, está a punto de colapsar. Un grupo de científicos, físicos, sociólogos, psicólogos y artistas renombrados han creado un puente virtual a un nuevo universo y han estado enviando todo lo necesario para la supervivencia de la futura raza que poblará este insólito espacio-tiempo.


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Nadie sobrevivirá el colapso y no todos podrán ser transportados, por eso se ha comenzado una exhaustiva y rápida búsqueda de los elementos más calificados para el viaje: animales de todas las especies y personas de todas las etnias serán elegidas para ser transportados a su nueva realidad, con el inconveniente de que no se sabe a ciencia cierta qué efectos tendrá el proceso sobre la materia viva ni qué alteraciones (si las hubiese) podrán sufrir los “Transportados”.

El tiempo es corto y las decisiones deben tomarse rápidamente… algunas veces sin comunicarle a las personas que esto les sucederá…

Conozca su historia…

martes, 29 de julio de 2008

Scion la Heredera: 2 - Scion y el Castillo

"Tac, tac, tac, tac." Los pasos de Scion hacían eco en los vacíos pasillos de aquel inmenso y oscuro monumento al ego de un dios infame. Sin sirvientes que rondaran el lugar, sin niños jugando y rompiendo reliquias, sin mascotas que al menos te miraran a los ojos para que les dieras de comer, sin nada que te hiciera compañía, sin nada alrededor, ese lugar era una inmensa nada en la que Scion había sentido que no podía avanzar. Los pasillos eran caprichosos, tal como el dios que los creó, y como si tuvieran vida propia cambiaban su forma cuando nadie los veía, creando rutas sin salida, formas imposible que desafiaban a la realidad y la gravedad, y se reducían a espacios que solo podían ser transitados por insectos… eso si existiese ese tipo de vida en aquel lugar donde solo se respiraba muerte. El castillo tenía innumerables años en su haber, y si hubiera desarrollado algún tipo de personalidad, sería la de un hombre profundamente arrogante que se resiste a servirle a otros, a menos que se tratara de Meteoro, su creador, por supuesto. En cierta forma, se podría decir que Scion y el castillo eran hijos de un mismo ser, pero ninguno de los dos admitiría que compartían un vínculo filial, menos aquel montón de rocas silenciosas que no le daban la bienvenida a nadie. Sería mentira si dijera que Scion y el castillo habían compartido palabra alguna, aún cuando habían estado juntos desde el nacimiento de esta niña sin madre. Dentro de su concepción de realidad, Scion no se imaginaba la verdadera naturaleza del castillo; y el castillo había optado por ignorarla, tomándola solo como un capricho temporal de su creador, un antojo pasajero que estaba por expirar. "Shhhh!", dijo Scion colocando su dedo índice frente a su boca como tratando de hacerme callar. "Me distraes con ideas sin sentido y necesito concentrarme para encontrar el camino correcto." Con su poco tiempo de vida, Scion estaba aprendiendo a ignorar ideas que le podrían ser de tanta ayuda. Esa era parte de la magia de la juventud, que era lo único que tenía.

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Lo cierto era que Scion recorría los pasillos en busca de Meteoro sin tener muy claro la ruta que debía seguir, pero con una idea fija en su mente. Debía hablar con él para definir su futuro. Había abrazado la idea de reinventarse y necesitaba llevar sus pensamientos a la acción, pero esos pasillos… esos pasillos interminables no ayudaban. Se detuvo frente a un gran precipicio que parecía no tener fin, sin ninguna desviación que le indicara por donde debía continuar. Se detuvo por un momento y miró hacia atrás; tendría que devolverse. "Este es un laberinto." Sí, lo es, pequeña. Scion suspiró. Las palabras de sus alucinaciones le servían de muy poco. Ella debía encontrar la habitación del trono y ¿cómo iba a llegar hasta allá cuando el camino seguía cambiando? Frustrada, dio media vuelta y siguió caminando en dirección contraria. Tarde o temprano debía encontrar la dirección correcta. Sumida en sus pensamientos, no se percató que una roca se elevó ligeramente a su paso y la hizo tropezar. Scion calló y se lastimó una rodilla, sintiendo por primera vez dolor físico. "¿Qué es esto?" Pasó su mano por la herida y vio gotas de un rojo profundo mojar sus manos. Es sangre, Scion, ya deberías conocerla, es el néctar de la vida. "Es viscosa…" La olió y la probó con una curiosidad definitivamente infantil y luego volvió a tocar su herida. "Duele." Molesta, vio la roca que se había levantado en el suelo, que volvía a colocarse al ras de las otras baldosas. "Fue a propósito. Este horrible castillo quiere hacerme daño." Tal vez, tal vez no. Todo es posible en estas tierras desprovistas de vida. Scion apretó la mandíbula con indignación; mis comentarios parecían enervarla a ratos, sobre todo en aquellos momentos que mis ideas eran demasiado ruidosas para ignorarlas.

"¡Déjame!," finalmente gritó mientras corría por el pasillo tratando de alejarse de mis divagaciones. No le tomaría demasiado tiempo para darse cuenta que no me lograría perder. Agotada, y aún sin encontrar el camino correcto hacia el trono de su creador, se dejó caer. La frustración creaba líneas y sombras sobre ese rostro que nunca había brillado con luz propia. Rendida, se tiró boca abajo sobre el piso, sin saber qué hacer. Posó su rostro sobre las frías baldosas y cerró los ojos. Tal vez una siesta le daría claridad a su mente, tal vez tendría una revelación entre sueños. Pero qué difícil era poder relajarse cuando las piedras bajo su rostro no dejaban de moverse… "¿El suelo se mueve?" Scion abrió sus enormes ojos azules y vio cómo las piedras bajo ella se estremecían ante su contacto. Precisamente donde estaba su mejilla, las baldosas temblaban, tímidas, nerviosas. Scion se retiró y el piso quedó inmóvil, colocó sus manos sobre la piedra y esta se volvió a estremecer. Se acercó a una de las paredes y posó su rostro contra la piedra, que envió nuevas vibraciones por todo el lugar. "¿Qué sucede? ¿Me oyes?" En esta ocasión, las palabras de Scion estuvieron dirigidas a las paredes y al piso, hablándole al castillo como si este fuera una persona; y como reacción, una agradable sensación de calor brotó de la piedra. Scion se sorprendió, hubiera jurado que incluso el color oscuro que la rodeaba había subido un tono hacia la claridad. Con un gesto delicado acarició una roca en la pared y sintió una textura totalmente diferente, suave, aterciopelada. "Nunca habías sentido la piel de una persona, ¿verdad?" Una brisa fresca y fragante la envolvió como respuesta. "¿Hace cuánto te crearon? ¿Te sientes solo?" La temperatura alrededor de Scion bajó y las paredes se humedecieron con una capa de rocío casi imperceptible. "Yo también me siento sola. Aunque nunca he sabido lo que es tener a alguien por compañía, pero he escuchado canciones… y sus letras son maravillosas…" Un aroma frutal inundó el lugar. "¿Te gustaría que trajera muchas personas para que te conocieran?" Pequeños granos de sal brillaron a lo largo de un nuevo pasillo que se conformaba ante sus ojos. En esta ocasión, sin trampas, sin oscuridad, en línea recta apuntando hacia una puerta que estaba marcada con el escudo de armas de Meteoro. "¡Gracias!" Scion sonrió, el castillo se había apiadado de ella. "Estoy en deuda contigo y vas a ver lo agradecida que puedo ser."

jueves, 17 de julio de 2008

Scion la Heredera: 1 - Scion y el Balcón

La brisa acarició sus pies descalzos mientras los balanceaba fuera de la orilla del balcón de aquel enorme y oscuro castillo. Sentada en actitud casi suicida, mirando hacia el horizonte con la mirada en fuga, una hermosa joven de largos cabellos negros, ojos profundamente azules y piel tan blanca como la luna movía sus pies hacia atrás y hacia delante, juguetona, atrevida, hacia atrás y hacia delante, insistente, incontenible, hacia atrás y hacia delante, casi autista. Sus labios apenas balbuceaban una canción antigua que alguna vez oyó sonar en las ráfagas que arrastraba el viento desde distantes ciudades. Al tratarse de una canción que evidentemente venía de una larga tradición, le hubiera gustado oírla de otras personas, haberla aprendido en el corazón de una de esas familias que heredan sus historias de padres a hijos, de madres a hijas, de un amante a otro. Pero eso era imposible para ella. ¿Verdad, Scion? Al percibir su nombre, ella ladeó su rostro esperando encontrar a alguien que acompañara esta voz. No vio nada; pero ya estaba acostumbrada. Siempre oía voces que provenían de ningún lado, del aire bajo el suelo, de la tierra en los aires, a veces les prestaba atención, a veces no. "Espíritus," ella pensaba, y seguía en su eterno e inhumano existir.

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En un deseo por absorber todo a su alrededor, respiró hondo y extendió sus brazos. Deseaba ser parte de ese aire que la rodeaba e impregnarse de su vitalidad, de su poder para viajar, de su independencia. Ondeando sus brazos, los movió con la melodía que sus labios seguían entonando, ya sin nada que la sostuviera a aquel balcón que amenazaba con lanzarla hacia el vacío y la oscuridad absoluta de aquellas tierras de la noche eterna, donde nunca brillaba el sol. "¿Nunca?" Para quién no conoce la luz, es muy difícil comprender que toda su vida había vivido en las sombras. Toda su vida, toda su corta vida. A alguien que nunca ha conocido la felicidad, es imposible explicarle que existe algo más que la monotonía. ¿No te parece, Scion? La hermosa joven levantó una vez más la vista y al no encontrar nada, dejó escapar una leve sonrisa con un suave dejo de ironía. "Me llamas Scion. Scion. Esa es la única ironía." En la Lengua Antigua, Scion significaba "Heredera", "Aspirante al Trono", "Hija del Amor." Sí, Scion tenía razón, esa era la verdadera ironía porque no había nada que ella pudiera heredar. No cuando no era hija de padre ni de madre, sino del suspiro de un dios eterno y caprichoso que la había creado en un fallido intento de librarse del aburrimiento. Sí, el sentido irónico de su nombre no se le había escapado. Su creador, el Dios de las Rocas que Caen; dueño absoluto de aquellas tierras devastadas donde la vida era una memoria tan lejana que ni siquiera las piedras la recordaban; Meteoro, lo más parecido a un padre que ella jamás tendría; su Dios, su creador, su padre, él podría tener muchos significados para ella; pero para él, Scion había sido el juguete del día de ayer y la novedad ya había pasado.

Con estos pensamientos dando vueltas en la mente de esta muñeca con aspiraciones humanas, Scion se levantó e inclinó la cabeza ligeramente sobre el vacío. ¿Te vas a lanzar, Scion? "Tal vez," respondió con una paz tan profunda que invitaba a abrazarla. Si apagas tu vida ahora, tu existencia habrá sido inútil. No habrás tocado el alma de ningún ser viviente, no sentirás compasión por un amigo en desgracia, no verás las lágrimas de un hombre que te ame tanto que no pueda dejar de llorar, no podrás ver hacia el horizonte y sonreírle al sol pensando que todos tus sacrificios valieron la pena. Tu vida habrá sido tan corta que nadie te recordará cuando mueras.

Sí, su vida había sido tan corta. Se podía medir en días y semanas, pero definitivamente no en meses. Su infancia había sido robada porque había sido creada como una joven mujer, no como una niña. Nunca jugó entre las piedras y se raspó al ir detrás de un insecto. Nunca fue objeto de una celebración al decir su primera palabra. Nunca fue sostenida entre los tiernos brazos de un adulto hasta que se durmiera. Para Meteoro, su dios creador, ella era un juguete con pensamiento propio que deambulaba por los fríos rincones de su castillo, buscando una razón de ser y cuestionándose poco, porque para preguntar hay que tener vivencias y ella no las tenía. "No, no he vivido." Y si te lanzas, nunca sabrás lo que la vida podría haber significado para ti. Podrías ser dichosa o podrías ser infeliz. Todo depende de ti. Esta vez Scion no respondió, solo miró hacia el precipicio delante suyo, sin miedo, sin una expresión en el rostro, solo un leve pestañear que parecía ser el último vestigio de vida que poblaba aquel cuerpo tan joven. "¿Dichosa o infeliz?" Como si le hablaran de colores a un ciego, Scion se detuvo un momento a pensar qué podrían significar esas ideas para ella. Sin ninguna experiencia que le sirviera de guía, simplemente no sabía cómo se podrían sentir. "¿Dichosa o infeliz? No sé…" Sí lo sabes. Has sido profundamente infeliz y por eso estás al borde de este precipicio pensando en lanzarte. Scion cerró sus ojos brevemente, dejándose envolver por la brisa fría de aquellas tierras muertas, y cuando los abrió, su mirada azul estaba ligeramente nublada con lluvia que parecía florecer desde su interior. "Sí, es cierto, soy infeliz en esta soledad y oscuridad que todo lo envuelve, en este castillo de piedra donde nada brilla, atrapada en la compañía de un dios tan altivo que ya olvidó mi existencia." ¿Y qué piensas hacer? "Todavía puedo saltar." Es cierto. "También podría seguir viviendo así." Sí. "O podría cambiar…" Antes que su rostro se humedeciera, Scion llevó las largas mangas de seda a su rostro y limpió sus ojos de las primeras lágrimas que habían brotado de sus ojos. Cómo un recién nacido, el llanto había sido la señal de su verdadero nacimiento. Ahora solo le quedaba seguir viviendo.